La actriz se vuelve narradora en un trabajo dedicado a su padre, Pérez Celis
Sólo una escalera y muchas evocaciones, en el montaje de Lengua viva
Foto: Rocío MuyBien
Lengua viva . Con María José Gabin. Idea y coordinación general: María José Gabin. Dirección y puesta en escena: Juan Manuel Wolcoff y Blanca Herrera. Multimedia: Javier Devitt y Juan Manuel Wolcoff. Música original: Patricia Lutteral y Máximo Scott. En El Portón de Sánchez. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: buena
En teatro, todo discurso narrativo propone una hipótesis de interlocución directa con el espectador. El narrador puro apela sólo al sortilegio de la palabra y a la manera en que él la dice, para captar el interés de quien escucha y recrea imaginariamente el relato. El narrador actor pone también en juego su cuerpo y otros elementos escénicos cuando su labor intenta hacer del cuento un hecho teatral más completo. En el caso de Lengua viva, la actriz, bailarina y escritora María José Gabin -ya inscripta en la memoria mítica del teatro por su pertenencia a Gambas al Ajillo, aunque haya hecho, y muy bien, muchos otros roles fuera de ese grupo-se inclina más por esta última variante.
Para esta empresa ha sido respaldada con mucha eficacia por Blanca Herrera, una de las creadoras de la Escuela del Relato, junto a Ana María Bovo y Juan Manuel Wolcoff. El espectáculo está constituido por ocho relatos escritos por la propia María José Gabin, que va contando con una personificación distinta según quién sea la protagonista de la historia. Las narraciones se internan en extraños mundos en que la soledad, el sueño, la nostalgia, el crimen o el absurdo cobran su cuota de angustia o irrisión a la vida y sus personajes, y producen escalofrío o inquietud en algunos pasajes e hilaridad en otros. Hay mucho clima de literatura o cine en ese material -Horacio Quiroga, Lewis Carroll, Alfred Hitchcock-aunque transformado, procesado con rigor en un curso de escritura personal.
Pero tal vez, y descontando la actuación de la Gabin, que tiene momentos excelentes, lo que más impresiona de esa herencia que exhibe el universo poético de la artista es la presencia en este trabajo del factor plástico, que, como un doble operador y a través de una pantalla que muestra distintas y potentes imágenes, va produciendo un nuevo, más amplio o conmovedor sentido a lo que dice el texto. No en vano, el trabajo está dedicado al padre de la actriz, el gran pintor argentino, recientemente desaparecido, Pérez Celis. Ese fondo, la economía de los objetos escénicos -sólo una escalera que se convierte en los diversos ámbitos requeridos por cada episodio-, el poder evocador de la palabra y la buena música, dan al espectáculo una sugestión muy particular.
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